Villa Clara 

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"El régimen cubano frente a su propia ruina"

Por: Antonio Suárez Fonticiella 

La represión desatada contra las protestas pacíficas en Cuba donde madres, mujeres, niños, ancianos y trabajadores han salido a las calles para exigir lo más básico: electricidad, agua y libertad refleja la profundidad de la crisis nacional. Lejos de responder con soluciones, el régimen ha optado una vez más por la violencia, demostrando que ya no gobierna mediante legitimidad ni consenso, sino únicamente a través del miedo. La falta de energía eléctrica no es la raíz del problema, sino el síntoma de un Estado agotado que perdió toda capacidad de articular instituciones funcionales.


No es la primera vez que Cuba vive este tipo de estallidos. El “Maleconazo” de 1994, el 11 de julio de 2021 y las protestas más recientes revelan un patrón: cuando el pueblo reclama derechos, la respuesta oficial es represión. Pero la diferencia hoy es crucial: la crisis es más amplia, el desgaste social es más profundo y la población ha perdido el miedo en gran parte de la isla. El régimen que antes presumía de ser un “proyecto revolucionario” ahora solo sobrevive como un aparato coercitivo sin proyecto ni futuro.


El colapso cubano no puede reducirse a la falta de electricidad. La realidad es que el sistema entero funciona como un dominó tambaleante, donde cada pieza caída arrastra a la siguiente: crisis energética, crisis alimentaria, crisis institucional y crisis política. El país vive en un estado de caos permanente, sin rumbo ni liderazgo real, con un gobierno que responde a los problemas con cárceles y represión en lugar de soluciones.


La represión, los golpes, los encarcelamientos y hasta los asesinatos no son señales de fortaleza, sino la prueba más clara de la desesperación del poder. Cada madre golpeada, cada joven encarcelado y cada anciano reprimido son símbolos que erosionan la poca legitimidad que aún intenta sostener el régimen. Cuba no enfrenta un simple apagón, enfrenta el apagón total de un sistema que ya no tiene respuestas. El pueblo, cansado y valiente, es hoy quien marca la pauta de la historia, y su reclamo de libertad se vuelve más fuerte que cualquier aparato represivo.


En el escenario internacional, la situación de Cuba ya no pasa desapercibida. Organismos de derechos humanos denuncian con fuerza los abusos, mientras que gobiernos democráticos de América y Europa presionan por cambios que el régimen se niega a emprender. Al mismo tiempo, las viejas alianzas políticas de La Habana se debilitan: Venezuela está sumida en sus propias crisis, Rusia concentra sus fuerzas en la guerra contra Ucrania, y China solo ofrece cooperación limitada. La dictadura se encuentra más aislada que nunca, sin apoyos sólidos ni capacidad real de reinventarse. Su caída, más que una posibilidad, se proyecta como una consecuencia inevitable con repercusiones regionales. El fin del castrismo no solo significará un cambio para Cuba, sino un reacomodo para todo el continente.


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