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"Cuando la degradación se vuelve costumbre y el silencio norma"

Una reflexión difundida en redes por el cubano Sandy Hechavarría Gutiérrez pone el dedo en la herida más profunda: más allá de la escasez material o del éxodo forzado, Cuba vive una normalización de la degradación humana. No habla desde consignas ni teorías, habla desde la experiencia diaria de sobrevivir en un entorno donde la humillación, la simulación y el silencio dejaron de ser excepción para convertirse en regla.

El texto describe un proceso largo, silencioso y calculado. No fue un derrumbe repentino, sino una erosión ética sostenida que convirtió la obediencia en virtud funcional y la repetición en sustituto del pensamiento crítico. La pobreza no aparece como causa inicial, sino como consecuencia lógica: primero se domesticó la conciencia; después, todo lo demás cayó por su propio peso.

Hechavarría sostiene que la escasez opera como un mecanismo de control y que la corrupción no es un desvío, sino el sistema circulatorio del modelo. La escuela dejó de formar criterio para entrenar reflejos; la historia se volvió utilitaria; la vida cotidiana, un teatro donde decir lo que no se piensa es una estrategia de supervivencia. El resultado es un sujeto fragmentado: aplaude por cálculo, calla por costo, sonríe para resistir. No por falta de carácter individual, sino porque la violencia estructural obliga a vivir en desdoblamiento permanente. En ese contexto, la verdad no solo incomoda: tiene precio.

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