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"Cuba: un pueblo enfermo dentro del laboratorio del poder"

Por: Antonio Suárez Fonticiella 

Durante más de seis décadas, Cuba ha vivido entre epidemias, vacunas experimentales y discursos oficiales que prometen salud “gratuita y universal”. Pero detrás del eslogan de “potencia médica” se esconde una verdad amarga: el pueblo cubano ha sido testigo y víctima, de un sistema que convierte cada brote, cada enfermedad, en un experimento político. Desde la meningitis de los 70 hasta el dengue, el cólera y el COVID-19, la isla parece vivir en una especie de laboratorio biológico permanente donde la población enferma mientras el régimen se atribuye victorias científicas.


"Epidemias que nunca terminan"


Desde el triunfo revolucionario en 1959, Cuba ha enfrentado brotes tras brotes: la meningitis meningocócica de los años 70 y 80, el dengue hemorrágico del 81, el VIH aislado en sanatorios, el cólera de 2012, los zika y chikungunya “invisibles” y la COVID-19. Cada crisis ha sido acompañada por el mismo patrón: silencio informativo, manipulación de cifras, y propaganda sobre la “eficiencia del sistema”. Pero la realidad en los hospitales y barrios dice lo contrario: falta de medicamentos, infraestructura en ruinas y personal médico agotado.


¿Por qué, entonces, un país con tanta “experiencia sanitaria” sigue hundido en enfermedades que deberían estar controladas?


"El laboratorio del poder"


Cuba no necesita que vengan del exterior a usarla como laboratorio. El propio régimen ha construido uno. Con el control total del sistema de salud, el Estado decide qué se investiga, quién participa, y qué resultados se publican. Los ensayos clínicos se hacen dentro del país, con ciudadanos convertidos en pacientes cautivos. No existe prensa libre que cuestione, ni instituciones independientes que auditen los procesos.


Cuando estalla una epidemia, el sufrimiento del pueblo se convierte en “oportunidad científica”. Así fue con la meningitis, cuando se creó la vacuna VA-MENGOC-BC; así ocurrió con la COVID-19, cuando se presentaron las vacunas Abdala y Soberana sin estudios revisados por pares internacionales; así se repite hoy con los nuevos brotes de dengue y enfermedades respiratorias.


En nombre de la ciencia, el régimen capitaliza la tragedia. Cada brote es un trofeo propagandístico: “el sistema resiste”, dicen. Pero lo que resiste es la gente, no el sistema.


"Ciencia sin transparencia"


En otros países, los ensayos médicos están sujetos a observación pública, ética y científica. En Cuba, no. La opacidad es total: nadie sabe con certeza los datos reales de contagio, ni los efectos adversos de los medicamentos o vacunas locales. El monopolio informativo es tan férreo que los propios médicos temen hablar. Quien denuncia falta de insumos o falsificación de cifras, es sancionado o expulsado.


En ese contexto, las epidemias no solo enferman cuerpos, sino conciencias. Se normaliza el miedo, la desinformación, la resignación. Y mientras tanto, el aparato propagandístico del régimen se exhibe ante organismos internacionales como un ejemplo de “salud socialista”.


"Un país cada vez más enfermo"


En los últimos años, la situación se ha agravado. Las enfermedades se multiplican, los hospitales colapsan y los apagones agravan la insalubridad. La pobreza, la desnutrición y la falta de agua potable crean un caldo de cultivo perfecto para nuevos brotes. Y el régimen, lejos de reconocer el desastre, se aferra a su narrativa triunfalista.


No hay coincidencia: las epidemias se agudizan cuando el país más se hunde. Cuando el hambre aumenta y la emigración vacía los hospitales. Cuando el gobierno necesita un nuevo “éxito” para mostrar al mundo. En ese juego perverso, la salud del pueblo es la moneda de cambio.


"¿Ciencia o complicidad?"


Cada vez más cubanos se preguntan si las enfermedades que asolan al país son simples tragedias naturales, o si detrás hay un cálculo político y económico. Cuba exporta médicos, vacunas y productos biotecnológicos a decenas de países. Mientras tanto, su propio pueblo no tiene jeringuillas, antibióticos ni suero.


No se puede afirmar con pruebas que el régimen cause las epidemias. Pero sí se puede afirmar algo igual de grave: se aprovecha de ellas. Las usa para experimentar, para hacer política, para sostener un mito. Cuba no es un laboratorio por accidente: es un modelo de control social disfrazado de sistema de salud.


"Un experimento con nombre de país"


Cuba no necesita más pruebas médicas; necesita libertad, transparencia y verdad. Las enfermedades se multiplican no por castigo divino ni por conspiraciones extranjeras, sino por décadas de negligencia, secretismo y abandono. El régimen ha hecho de la salud un símbolo, pero también una prisión.

Y mientras siga tratando al pueblo como cobaya de su propio experimento ideológico, la isla seguirá siendo lo que hoy parece ser: un laboratorio biológico del poder, sostenido sobre el dolor de los cubanos.


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