Santiago de Cuba

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"La fractura interna del poder en Cuba: el principio del fin del totalitarismo".

Por: Perceo Sandoval

Cuba atraviesa una de sus crisis más profundas desde el triunfo de la Revolución en 1959. No solo se trata de una crisis económica estructural, sino también de una erosión política e ideológica sin precedentes. Y lo más revelador del momento actual es que la inconformidad ya no proviene exclusivamente de los sectores disidentes o del pueblo llano, sino que está comenzando a surgir desde el corazón mismo del poder: la base del Partido Comunista.


Esto no es menor. Por primera vez, voces dentro del aparato oficial,aunque tímidas y contenidas por el férreo control del discurso, empiezan a reconocer que el sistema no solo está en crisis, sino que es el principal generador de esa crisis. Es una admisión indirecta de culpa, disfrazada de autocrítica, pero que revela grietas peligrosas para un modelo cuya fuerza siempre ha dependido de la unidad ideológica y la obediencia vertical.


"Cuando los “más iguales” sienten la crisis"


Uno de los síntomas más evidentes de esta fractura interna lo representa el primer ministro Manuel Marrero Cruz, quien en repetidas ocasiones ha sorprendido con declaraciones que rompen el habitual guion oficialista. Durante la X Plenaria del Comité Central del PCC en julio de 2025, Marrero reconoció que existe una "profunda insatisfacción" incluso entre los dirigentes, al no haber logrado ofrecer soluciones reales a los problemas cotidianos del pueblo. Más aún, admitió que no todos los males del país pueden atribuirse al bloqueo estadounidense, contradiciendo décadas de narrativa oficial.


Esta admisión, aunque suavizada en el lenguaje, significa mucho más que una crítica puntual: es un síntoma de disidencia interna. Y es aún más relevante cuando ocurre en una estructura de poder donde la lealtad al relato revolucionario ha sido históricamente más importante que la eficacia o la verdad.


Por su parte, el presidente Miguel Díaz-Canel, aunque más reacio a mostrarse autocrítico, ha caído en una retórica ambigua que busca justificar lo injustificable. Sus discursos recientes, enfocados en una transformación digital del país o en llamados a la resistencia económica, suenan desconectados de la realidad de millones de cubanos que sobreviven sin electricidad estable, con un sistema de salud colapsado y sin esperanzas económicas. Lo que antes eran fórmulas para reforzar la unidad ahora son percibidas, incluso dentro del propio partido, como palabras vacías.


"La presión silenciosa desde dentro".


Lo que ocurre ahora es lo que muchos analistas han llamado “rebelión pasiva”. No hay ruptura formal, ni enfrentamientos abiertos, pero sí una disconformidad latente en los pasillos del poder. Esta presión silenciosa se vuelve aún más peligrosa para el régimen porque no proviene de los opositores declarados, sino de los que hasta hace poco eran los guardianes del sistema.


La historia nos ha enseñado que en los regímenes totalitarios, los cambios reales no suelen comenzar con protestas masivas o golpes externos, sino con fracturas internas que debilitan la cohesión del poder. Basta recordar el caso de Mijaíl Gorbachov en la Unión Soviética. Su intento de reforma desde dentro —la famosa "perestroika"— fue lo que precipitó el colapso de un sistema que parecía inexpugnable. La ironía es que quienes buscaban salvar el modelo terminaron acelerando su fin.


Algo similar podría estar ocurriendo hoy en Cuba. Marrero Cruz, sin proponérselo del todo, podría convertirse en el Gorbachov cubano, no por reformas radicales, sino por haber introducido una duda fatal en la maquinaria ideológica: ¿y si el problema no está afuera, sino dentro?


¿Por qué ahora? ¿Por qué desde adentro?


Las razones son múltiples, pero todas convergen en un punto: la crisis ya afecta a los sectores privilegiados del sistema. No es solo el pueblo el que sufre la inflación, la escasez y el colapso de los servicios básicos. También los funcionarios medios y altos, los cuadros del partido, los militares retirados y las familias de quienes antes vivían sin sentir las consecuencias del socialismo burocrático.


Cuando los que siempre estuvieron protegidos comienzan a sentirse vulnerables, la lealtad se vuelve relativa. Ya no se trata de defender la ideología, sino de sobrevivir. Y esa transición psicológica es quizás la más peligrosa para el poder: cuando los propios guardianes del sistema empiezan a dudar de él, el fin se acerca.


Por eso, no es necesario debatir con quienes aún intentan justificar lo injustificable. Tampoco hace falta convencerlos: la realidad está haciendo ese trabajo por sí sola. El sistema, incapaz de ofrecer soluciones, se ha convertido en su propio enemigo. Y los que ayer eran defensores acríticos hoy son cómplices incómodos, atrapados entre el recuerdo de un pasado glorificado y un presente insostenible.


"El principio del fin"


La revolución del cayo, ese proceso silencioso pero firme que se cocina dentro del propio sistema, no será televisada. No se anunciará en conferencias de prensa ni se celebrará en plazas públicas. Pero ya está en marcha.


Y como ocurre siempre que el poder empieza a desmoronarse desde dentro, unos morirán de angustia, otros de vejez, pero ninguno podrá detener lo inevitable: el cambio. La clase dominante, por más que intente resistir, ya no impone la ley por su voluntad; la realidad la está escribiendo sola.


El tiempo del totalitarismo está llegando a su fin. Y esta vez, el golpe más certero no vendrá de Washington, ni de Miami, ni siquiera de los activistas de a pie, sino de las propias entrañas del poder.


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