Santiago de Cuba
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"Estados Unidos y Cuba: El Conflicto que Ambos Necesitan para Sobrevivir"
Por: Perceo Sandoval
Por más de seis décadas, la relación entre Estados Unidos y Cuba ha sido presentada como un combate ideológico de alto voltaje: la potencia capitalista contra el bastión socialista del Caribe. En los discursos oficiales, Washington anuncia sanciones, restricciones y listas negras; La Habana responde denunciando el “bloqueo criminal” del “Norte Revuelto y Brutal”. Sin embargo, la historia, las cifras y los hechos documentados muestran que este antagonismo no es tan absoluto como se pretende.
"La doble cara de la relación"
El embargo estadounidense, formalizado en 1962 bajo la administración de John F. Kennedy, ha sido utilizado como bandera por ambos gobiernos. Desde entonces, Washington ha aprobado más de una docena de leyes y regulaciones para reforzarlo, como la Ley Torricelli (1992) y la Ley Helms-Burton (1996). La Habana, por su parte, ha usado estas medidas como excusa universal para justificar el fracaso económico y la represión política.
Pero las estadísticas revelan un matiz incómodo: incluso en los años más tensos, el comercio bilateral nunca se ha detenido por completo. En 2000, con la aprobación de la Ley de Reforma de Sanciones Comerciales y Ampliación de Exportaciones (TSRA), Cuba comenzó a importar legalmente alimentos y productos agrícolas de Estados Unidos. Entre 2001 y 2020, las exportaciones estadounidenses a Cuba superaron los 6.300 millones de dólares, convirtiendo a EE.UU. en uno de los principales proveedores de alimentos de la isla. Esto ocurre mientras ambos gobiernos mantienen un discurso público de “enemigos irreconciliables”.
"Beneficio político mutuo".
La relación es un teatro donde cada parte interpreta su papel para una audiencia distinta. En Cuba, el embargo es el recurso propagandístico más eficaz del régimen: un enemigo externo que justifica el control absoluto, la censura, la ausencia de libertades y el fracaso de todas sus promesas. En Estados Unidos, la “mano dura” con La Habana es una carta electoral que asegura el apoyo de sectores influyentes, especialmente en Florida.
Este pacto no escrito beneficia a las élites de ambos lados. Los comandantes-empresarios de la isla y los congresistas-comerciantes en Washington saben que un cambio real pondría en riesgo sus respectivos poderes. Por eso, aunque la retórica sea de confrontación total, las relaciones económicas y diplomáticas aunque discretas, se mantienen. El objetivo no es resolver el conflicto, sino prolongarlo indefinidamente.
"El costo humano de la hipocresía".
El precio lo paga el pueblo cubano. Según datos de la Oficina Nacional de Estadísticas e Información (ONEI), el salario medio en 2023 apenas superaba el equivalente a 20 dólares mensuales, insuficiente para cubrir necesidades básicas. Estudios independientes estiman que más del 70% de los hogares vive en situación de pobreza. Los niveles de desnutrición infantil, aunque maquillados en cifras oficiales, han crecido: organizaciones como la FAO han advertido del deterioro de la seguridad alimentaria en la isla.
El colapso del sistema de salud, alguna vez presentado como una joya de la revolución es evidente: escasez de medicamentos, hospitales sin condiciones higiénicas mínimas y médicos que huyen del país en busca de mejores oportunidades. Mientras tanto, el fondo habitacional se desmorona: el propio gobierno reconoce que más de un tercio de las viviendas necesitan reparaciones mayores o están en riesgo de derrumbe.
"El guion que nunca cambia".
Este statu quo es funcional para ambos gobiernos. La tensión mediática sirve para reafirmar liderazgos, movilizar a sus bases y justificar políticas que, en realidad, perjudican solo a los de abajo. La confrontación es un negocio político y económico: en público, enemigos irreconciliables; en privado, socios estratégicos.
Cada vez que un dirigente estadounidense anuncia nuevas sanciones, y cada vez que un líder cubano culpa al embargo de la miseria nacional, están interpretando una escena más de la misma obra. Una obra que no busca un desenlace, sino mantenerse en cartelera indefinidamente. El conflicto no es un problema a resolver: es el activo más rentable para quienes lo manejan.
Mientras tanto, el cubano de a pie, el anciano que muere de hambre en una calle de La Habana, la madre que no puede alimentar a sus hijos, el joven que arriesga su vida en una balsa, sigue pagando el precio más alto por una confrontación que, en el fondo, no es más que un pacto de supervivencia entre élites.
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