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"Cuba entre la Dinastía y la Constitución: ¿Por qué Raúl Castro quiere eliminar el límite de edad presidencial?"

Por: Juan Manuel Moreno Borrego 


La reciente “propuesta” de Raúl Castro a la Asamblea Nacional del Poder Popular para eliminar el límite de edad de 60 años para aspirar a la presidencia de Cuba no es un hecho aislado ni una simple modificación técnica de la Carta Magna. Es, en realidad, un movimiento calculado, profundamente político y estratégicamente diseñado para garantizar la perpetuación del poder en manos de la familia Castro y sus allegados.


El artículo 127 de la Constitución cubana establece de forma clara que ningún ciudadano mayor de 60 años puede ser elegido por primera vez para ocupar la presidencia de la República. Modificar esa norma requiere un referéndum constitucional, es decir, la participación del pueblo, algo que el régimen, como es costumbre, prefiere evitar a toda costa. Esta propuesta es, por tanto, un intento directo de violentar el espíritu y la letra de la propia ley fundamental del país.


¿Por qué ahora? ¿Qué hay detrás de este aparente capricho senil del hombre fuerte del Partido Comunista? La respuesta no es difícil de descifrar: Raúl Castro no confía en el cambio generacional dentro del poder ni en los cuadros políticos jóvenes. No es solo una cuestión de ideología: es una cuestión de control. El liderazgo histórico teme perder no solo sus privilegios, sino su inmunidad frente a una posible caída del régimen y la apertura de procesos de rendición de cuentas.


Los recientes signos de descomposición ideológica, la desconexión total entre la dirigencia y la población, y la incapacidad de los jóvenes cuadros para generar legitimidad real hacen que la élite conservadora vea con pavor la posibilidad de un traspaso real del poder. Por eso, no quieren —ni pueden— ceder sus asientos. La alternativa, desde su lógica, sería desaparecer no solo del escenario político, sino de la propia historia oficial que durante décadas han manipulado a su antojo.


Además, la preocupación de Raúl va más allá de lo ideológico: es también dinástica. El objetivo último es posicionar a su hijo, Alejandro Castro Espín, como heredero del trono. El pasado 29 de julio, Alejandro cruzó el umbral simbólico al acercarse peligrosamente al límite constitucional de edad. Si no se modifica ese artículo, simplemente quedaría fuera del juego. Pero si se logra eliminar el límite, el camino queda despejado para que el apellido Castro continúe reinando en la cima del poder político cubano.


¿Es esto una nueva república o la perpetuación de una monarquía caribeña disfrazada de socialismo? A juzgar por los hechos, estamos presenciando un intento desesperado de blindar la dinastía familiar frente al inevitable colapso del modelo revolucionario.


Mientras tanto, la Asamblea Nacional, obediente, dócil y siempre complaciente, se presta a legitimar el deseo de un anciano que se niega a soltar las riendas. En el fondo, saben que si el poder cae en manos ajenas, podría comenzar el canibalismo político en la isla, y en esa lucha, la familia Castro tiene todo que perder.


La pregunta que se hacen muchos cubanos hoy no es solo sobre el artículo 127. Es mucho más profunda:

¿Hasta cuándo una familia podrá seguir secuestrando el destino de toda una nación?


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