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"¿Continuidad o decadencia? El precio de sostener una Revolución agotada"

Por: Librado D' Armas 

A menudo, seudo políticos de ambas orillas del espectro ideológico, ya sean defensores fervientes del régimen cubano o sus más acérrimos opositores, se enfrascan en un cruce constante de argumentos, acusaciones y descalificaciones. En ese campo de batalla mediático, la palabra “continuidad” se ha convertido en un arma cargada de controversia. Un término usado para justificar lo que algunos aún llaman Revolución Cubana, y que otros ven como una larga y dolorosa involución.

Lo cierto es que hablar de continuidad ideológica más de seis décadas después de la llegada al poder del régimen castrista no solo resulta desconectado de la realidad, sino que roza el absurdo. Bajo la apariencia de un proceso liberador, se impuso en Cuba una maquinaria de control totalitario que desmanteló derechos, sueños y estructuras productivas. Fidel Castro, en su momento, ofreció al pueblo una visión utópica de justicia social, independencia y dignidad. Pero esa visión se desplomó cuando él mismo traicionó los supuestos ideales que decía defender.

Le falló a sus compañeros de lucha. Le falló a un país entero. Su legado, lejos de ser ejemplo, es una herencia de represión, cárcel, hambre, aislamiento y miseria. La supuesta "continuidad" de esa obra no es más que la perpetuación de un sistema construido sobre la base del miedo y el sacrificio de generaciones enteras. El discurso oficial no cambia, pero la nación sí: una nación rota, fragmentada, empobrecida, y con millones de sus hijos fuera de sus fronteras.

Los que hoy se autodenominan "continuadores" no buscan preservar un proyecto revolucionario, sino su lugar de poder. No hay transformación real ni voluntad de progreso. Solo una obstinada intención de sostener un régimen decadente, aunque para ello deban seguir desangrando al último de los cubanos.

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