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"Cuba, una cárcel sin barrotes: Díaz-Canel reprime mientras el pueblo se apaga".

Por: Perceo Sandoval

Cuba arde. No por incendios ni guerras, sino por el calor del desespero, la indignación y la impotencia de un pueblo completamente abandonado a su suerte. La tiranía de Miguel Díaz-Canel, aferrado al poder como un parásito a su huésped, ha sumido a la isla en uno de los momentos más crudos y desgarradores de su historia reciente. Ya no hay disimulo, ni esperanza en reformas. Lo que hay es hambre, oscuridad y represión. Lo que hay es una dictadura brutal que en vez de atender al pueblo, lo castiga.


Mientras millones de cubanos sobreviven entre apagones de más de 20 horas, sin acceso al agua, con una canasta básica desaparecida y sin garantías de salud o trabajo, el régimen se aferra a un discurso cada vez más falso e indignante. No existe ningún tipo de elección libre, ni siquiera un intento de diálogo. Díaz-Canel no fue electo por el pueblo; fue puesto a dedo por una cúpula que lleva más de seis décadas viviendo de los sacrificios ajenos.


Y cuando la comunidad internacional, como en el caso reciente de las sanciones impuestas por Estados Unidos contra el propio Díaz-Canel y sus familiares, intenta ejercer presión, la respuesta del régimen no es corregir, sino endurecer. El castigo no recae sobre los responsables, sino sobre el pueblo. Más represión, más cortes, más miedo. Un Estado que debería proteger, se comporta como una mafia contra sus propios ciudadanos.


La represión es el nuevo orden. Cualquier voz crítica, cualquier manifestación espontánea, cualquier publicación que cuestione la narrativa oficial, es rápidamente silenciada, censurada, o perseguida. Miles de detenidos injustamente, centenares de presos políticos, medios de comunicación independientes bloqueados, y vigilancia permanente sobre la sociedad civil. Y todo esto con la complicidad de figuras como Marta Elena Feitó, ministra de Trabajo, quien no duda en mentir descaradamente para encubrir la catástrofe social y económica. Mientras el pueblo vive con menos que lo mínimo, el régimen insiste en maquillar la crisis con falsedades institucionales.


La tragedia cubana no es solo material, es moral. Se nos exige aguantar sin luz, sin agua, sin comida, sin transporte, sin libertad, y además sin quejarse. Pero ya no se puede ocultar: Cuba es una prisión a cielo abierto, donde los carceleros viven con privilegios y el resto sobrevive entre ruinas y migajas.


La dictadura ya no tiene máscaras. No hay narrativa de revolución que pueda justificar la miseria programada, la violencia institucional ni la traición constante al pueblo. Díaz-Canel no gobierna: aplasta. No dirige: obedece a una maquinaria de poder podrida desde la raíz. La historia lo recordará no como líder, sino como el enterrador de las últimas esperanzas del castrismo. Y si el pueblo aún no ha tomado las calles en masa, es porque la represión es feroz y el miedo ha sido sembrado con décadas de violencia y castigo.


"Pero la historia no perdona. La libertad puede tardar, pero siempre llega".


Cuba no necesita más discursos, necesita acción. Necesita el fin inmediato de esta dictadura, la apertura a elecciones libres, la liberación de todos los presos políticos y el reconocimiento del sufrimiento de un pueblo entero. Mientras Díaz-Canel y su élite viven en burbujas de poder, el resto de la nación agoniza. Cuba exige libertad, no caridad. Justicia, no excusas. Democracia, no represión.


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