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"11J: El día que Cuba habló y el régimen se quitó la máscara"
Por: Liborio Prado
El 11 de julio de 2021 no fue simplemente una jornada de protestas. Fue, en esencia, el mayor desafío cívico al poder totalitario cubano en más de seis décadas. Aquel domingo, el grito de “¡Libertad!” resonó simultáneamente en más de 40 ciudades, pueblos y barrios de la isla. Jóvenes, ancianos y niños —gente común, sin militancia política ni armas en mano— tomaron las calles cargando no solo carteles improvisados, sino el peso de una historia de represión, promesas incumplidas y penurias interminables.
El estallido no fue espontáneo. Fue el resultado acumulado de décadas de silenciamiento y control, una olla de presión social que finalmente explotó. La escasez, la pandemia, el colapso de los servicios básicos, la censura y el creciente acceso a las redes sociales jugaron un papel catalizador. Pero en el fondo, el 11J fue una expresión clara y colectiva de agotamiento: una sociedad que dijo basta al modelo fallido, al paternalismo estatal y a la narrativa de la revolución eterna.
Un punto de quiebre para la narrativa oficial
La reacción del régimen fue brutal y reveladora. En menos de 24 horas, se desplegó un aparato represivo que incluyó a la policía, el ejército y fuerzas paramilitares. La represión no fue selectiva ni medida: fue ejemplarizante. Golpizas públicas, detenciones masivas, desapariciones temporales y hasta muertes marcaron la jornada. Más de mil personas fueron arrestadas, muchas de ellas menores de edad, y posteriormente juzgadas en procesos opacos, sin garantías mínimas, violando incluso tratados internacionales de derechos humanos firmados por el propio Estado cubano.
Con ello, el gobierno de Miguel Díaz-Canel destruyó en tiempo récord la imagen cuidadosamente construida por Fidel Castro durante décadas: la de un Estado que, aunque autoritario, era supuestamente garante de derechos sociales y defensor de la autodeterminación de los pueblos. El mito cayó de golpe ante los ojos del mundo.
La sociedad rota y el silencio impuesto
Lejos de resolver los problemas que motivaron las protestas, la represión solo agravó la situación social. Familias separadas, niños sin padres ni tutela legal, jóvenes exiliados o encarcelados, y una población sumida en el miedo y la desconfianza mutua. El régimen no solo sofocó las manifestaciones: impuso un nuevo estado de terror preventivo.
El precio del silencio fue alto. Pero el silencio no es olvido.
¿Una chispa que encenderá otro fuego?
El 11J dejó una herida abierta. Y también una lección: en Cuba, aún bajo condiciones extremas de control, el deseo de libertad persiste. El régimen logró frenar la ola inicial con represión, pero no ha conseguido desarticular el malestar de fondo. Hoy, la misma crisis económica, política y moral que empujó a miles a la calle, se ha profundizado. Y la represión, lejos de sofocar el problema, ha sembrado una rabia contenida.
La historia de las dictaduras muestra que el segundo estallido suele ser más fuerte que el primero. Y aunque nadie puede predecir cuándo ocurrirá, el 11J dejó claro que el pueblo cubano ya no está dormido. Solo espera el momento adecuado.
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