"Cuba en Tinieblas: Cuando la Oscuridad es la Política de Estado"


La dictadura cubana ha convertido el apagón en rutina, el hambre en paisaje, y la represión en método de gobierno.


En la Cuba de 2025, el apagón no es una contingencia. Es una política no escrita, una estrategia sistemática para asfixiar el descontento por agotamiento. La isla vive sumida en cortes eléctricos que superan las 36 horas ininterrumpidas, una situación tan recurrente que ha sido bautizada popularmente como “la nueva normalidad”. Pero no es normal. Es una catástrofe fabricada, mantenida y utilizada por un poder que ya no gobierna: castiga.


La falta de electricidad es solo el síntoma más visible de una crisis total. La escasez de alimentos básicos, la desaparición de los medicamentos, la inexistencia de servicios médicos eficientes y el colapso de cualquier forma de bienestar han convertido a Cuba en un laboratorio de sufrimiento humano. Las farmacias están vacías, los hospitales se caen a pedazos y el cubano de a pie debe elegir entre hacer una cola de diez horas o no comer.


En este contexto, alzar la voz es un acto de valor... y un delito, según el régimen. Las protestas espontáneas que han estallado en distintos puntos del país, impulsadas por el hartazgo colectivo, solo han sido respondidas con fuerza bruta, detenciones arbitrarias y silenciamiento. Quienes reclaman luz, comida o medicamentos, reciben gases lacrimógenos, golpizas o una celda.


La represión no distingue edad, ni género, ni contexto. Da igual si eres una madre pidiendo leche para su hijo o un joven gritando “libertad” en una esquina: para el Estado, todos son enemigos. La legalidad se diluye bajo la bota del poder. No hay recurso, ni justicia, ni esperanza institucional. Solo hay miedo. Y cansancio.


El modelo cubano, que alguna vez se vendió como una alternativa revolucionaria, ha mutado en un sistema que solo sabe producir miseria. Ya no se sostiene ni por ideología ni por carisma. Solo se sostiene a golpe de apagón, hambre y represión.


Pero cada apagón enciende una chispa. Y esas chispas son más peligrosas para el régimen que cualquier consigna extranjera. Porque cuando un pueblo no tiene nada que perder, se vuelve impredecible. Y el pueblo cubano ya lo ha perdido casi todo. Casi.

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